El empleo de juguetes es fundamental en la etapa de la niñez. Jugar va mucho más allá de una simple actividad de entretenimiento, ya que puede contribuir en los niños con el perfeccionamiento de ciertas habilidades afines a la coordinación, el equilibrio, a actividades motoras gruesas —gatear y caminar— y actividades motoras finas —levantar y mover objetos—. También, a través del juego los niños emplean sus reservas naturales de energía, lo que resulta positivo al momento de empezar a formar hábitos alimenticios y encontrar calidad de sueño.
Distintos estudios neurocientíficos respaldan lo anterior y sostienen que los juguetes contribuyen con el desarrollo de ciertas áreas del cerebro como lo son el cerebelo —responsable de la coordinación de los movimientos— y el lóbulo frontal —asociado con la toma de decisiones y el control de impulsos—. Además, agregan que, jugar permite desarrollar aspectos como la abstracción, la memoria, la atención, la simbolización, la resolución de problemas; estimular el aprendizaje —a través del reconocimiento de colores, formas texturas—; fomentar la creatividad y la imaginación, la autoconfianza, la socialización, el control de emociones y mejorar la comunicación.
